domingo, 17 de septiembre de 2017

Desde la periferia del pensamiento

Miller enamoró a una mujer que sonreía con una incógnita en la boca
“Vueltas al tiempo” es uno de los libros de memorias más apasionantes que conozco. En estos tiempos de futilidades digitales por arrobas y de literatura al peso, adentrarse en la autobiografía de un artista riguroso y de un intelectual comprometido con su tiempo y sus contradicciones como Arthur Miller, es un antídoto contra la majadería imperante.
A Miller lo admiramos por ser el autor de la obra que mejor ha descrito la crueldad inherente al capitalismo en “Muerte de un viajante” y le envidiamos por haber enamorado a una de las mujeres más fascinantes de la historia, que se llamaba Norma Jeane y sonreía con una incógnita en la boca que se llevó a la tumba.
Repasando notas de una ya lejana lectura, encuentro párrafos subrayados. En 1985 (antes de ayer) escribe: "es posible que el mundo esté organizándose otra vez en tribus, los restos de las culturas antiguas despiertan de su largo sueño y es posible que el marxismo sea el envoltorio nacionalista que da un aire moderno a esta interrupción del trivalismo atávico"·
Hace Miller esta reflexión con motivo de un encuentro de escritores occidentales con colegas de lo que era entonces el Telón de Acero. Preclaro, define al nacionalismo como "pesadilla de la izquierda y sueño tradicional de la derecha". Un viejo texto de un dramaturgo muerto parece pensado para ayudarte a entender el confuso momento que vive tu país, que afecta incluso a los territorios del pensamiento periférico en los que vives.
A este cocido condimentado con la receta maquiavélica de que no hay que ganar por la fuerza lo que se puede ganar con la mentira, asistimos estupefactos los que habitamos los suburbios del Estado y nos levantamos cada mañana en una comunidad autónoma bradicardiaca, en una provincia levítica que comercia con griales de plásticos y trajes medievales para ir tirando, en una comarca calcinada física y mentalmente en la que siguen poniendo velas al carbón y contando peregrinos, en un proceso de regreso al pasado que no conduce a ninguna parte.
No hemos llegado al disparate actual por casualidad. Hemos sido conducidos a este punto de tensión de consecuencias inimaginables de la mano de insensatos, mentecatos y corruptos proporcionalmente repartidos en todos los frentes: como en las bodas, la norma indica que debe haber al menos un idiota en cada mesa.
Y nosotros, los espectadores de los territorios suburbiales, deberíamos recuperar aquella vieja costumbre de los judíos según la cual, cuando un cadáver era conducido al cementerio, los correligionarios de la sinagoga tenían que gritarle al oído: ¡Fulano, Fulano, entérate de que estás muerto!
Como las vacas al tren. El Día de León (16, septiembre, 2017)

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