miércoles, 22 de junio de 2016

El efecto mariposa

Si recurrimos a Wikipedia, la definición es más abstracta: "dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema dinámico caótico, cualquier pequeña discrepancia entre dos situaciones con una variación pequeña en los datos iniciales, acabará dando lugar a situaciones donde ambos sistemas evolucionan de forma completamente diferente". 
Dicho en simple, recurriendo a la poética del proverbio chino, el aleteo de las alas de una mariposa puede llegar a sentirse al otro lado del mundo. Es decir, el rumor de que un fabricante de coches eléctricos del lejano Silicon Valley californiano planea instalar una factoría en Europa, puede causar tornados en territorios tan remotos como nuestra Comarca Ensimismada, tan ansiosa de esperanza y tan dispuesta a cabalgar sobre el primer espejismo milagroso que se presente en el incierto horizonte. 
De nada sirve que la compañía americana haya comunicado oficialmente que no estudia montar ninguna fábrica en el Viejo Continente. La maquinaria de reclamaciones a lo Mister Marshall ya se ha puesto en marcha y nadie recuerda el consejo orteguiano de que los esfuerzos baldíos conducen a la melancolía. 
Históricamente, ha sido propensa la Comarca Ensimismada a la ciclotimia económica desplazada en la montaña rusa que va del entusiasmo febril a la agria pesadumbre. A principios del siglo pasado, Lazúrtegui diseñó un futuro siderúrgico para Ciudad del Puente cuyo único rastro fue una costra urbanística que tardó ochenta años en curar y que aún enseña hoy sus pústulas tras la implosión de la burbuja inmobiliaria. 
En la posguerra, el alza artificial de precios de una piedra oscura llamada wolfran, provocado por intereses bélicos ajenos, convirtió el Bierzo en un breve Far West que dejó un rastro legendario, alguna novela notable y un puñado de dinero tan fácil como efímero. 
Hace más de medio siglo, la aparición de otro Mister Marshall en forma de fabricante francés de automóviles hizo correr ríos de tinta, declaraciones altisonantes y dejó apenas un difuso recuerdo casi en forma de estrambote: "miró al soslayo, fuese y no hubo nada". 
En los setenta, los titulares de la prensa local daban vueltas al torno de la planta de pelletización que hubiera sostenido las explotaciones de hierro del Coto Wagner y Vivaldi. Titulares es lo único que queda de todo aquello. 
Y ahora, nos queda esperar al hipotético aleteo de una mariposa californiana. 

COMO LAS VACAS AL TREN; El Día de León (19, junio, 2016)

viernes, 17 de junio de 2016

Tres días con un yanqui


He compartido tres intensos días con un yanqui. Un señor amable, educado y sonriente, como esos yanquis, medio artistas, medio intelectuales, que salen en las películas de Woody Allen, vocalizan impecable, beben agua como si bebieran champán y piden continuamente disculpas antes de rebatirte dándote la razón. 

Este yanqui se llama Kenneth J. Foster, ha dedicado su vida a la programación de artes escénicas en diferentes poblaciones americanas y está muy orgulloso de que una mujer opte por vez primera en doscientos años a la presidencia de los Estados Unidos de América.  

Contrariamente a lo que se espera de un yanqui relacionado con el teatro, en tres días no ha mencionado para nada el marketing, las posiciones de marca ni toda esa palabrería mercadotécnica tan propia de la industria universal del "entertainment".  

Por el contrario, su discurso se encauzó hacia el trabajo con la comunidad, el cuestionamiento del éxito artístico basado únicamente en lo numérico y el trascendente papel del arte como vehículo de intervención social en tiempos tan críticos como los que vivimos. 

Su labor pedagógica discurrió no por los caminos del comercio y los balances contables, sí por las también complicadas veredas de la complicidad, del tejido humano, de la mirada atenta a la cercanía en tiempos de globalidades. 

Por el defecto mental que uno arrastra, acabo intentando trasladar las enseñanzas del yanqui a la realidad de esta Comarca Ensimismada en la que vivo, tan falta de pulso, tan carente de estrategias, tan desprovista de liderazgo y de masa social activa. Tan necesitada de una visión, de una imagen conceptual, idealista pero convincente, sobre el futuro que deseamos. Tan obligada a imaginarse a sí misma en un contexto cambiante en el que sólo la creatividad aplicada a todos los campos  de la economía y la cultura será capaz de aportar una hoja de ruta mínimamente viable.

Quiero pensar que nuestra tierra tiene futuro pero, aún ignorando todo lo que va a suceder mañana, estoy seguro de que ese futuro poco tendrá que ver con el modelo sobre el que ha pivotado nuestra forma de vida en los últimos cien años. Un modelo cuya ya larga agonía está lastrando en exceso el nacimiento de nuevos ritmos, de diferentes objetivos, de distintos valores sobre los que fijar la convivencia.

Son cosas que uno piensa después de pasar tres días con un yanqui.

COMO LAS VACAS AL TREN; El Día de León (12, junio, 2016)

viernes, 10 de junio de 2016

Obituario o metáfora


  
Creo recordar que a mediados de los ochenta, Ciudad del Puente era una población más bien sucia, tirando a fea, gris-oscura-casi-negra, con escasos incentivos, una sociedad cuidadosamente compartimentada y abundantes garitos donde abrevar.
 

Era, si la memoria no me falla, una ciudad de pequeños comercios familiares con empleados que podían explicar la utilidad del último tornillo almacenado en el sótano. Una ciudad con tabernas de polvo, telarañas y vino moderadamente honrado. Una ciudad rodeada de naves de ladrillo y humo en las que trabajaban figurantes de una película soviética de los años veinte.
 

Tengo la impresión de que los políticos eran entonces de otra manera, aunque de esto no estoy seguro. Primerizos en las nuevas formas, iban improvisando sobre la marcha con el apremio del estudiante evaluado en la reciente asignatura de democracia. Seguramente eran más vocacionales, posiblemente menos interesados, obligatoriamente novatos en las triquiñuelas del poder. Quiero pensar que en este recuerdo no me traiciona la nostalgia manriqueña del tiempo pasado.
 

En aquella Ciudad del Puente había problemas. Pero también un dinamismo, tal vez un poco bruto y un mucho áspero, pero dinamismo al fin y al cabo. La gente trabajaba, los comerciantes vendían y las letras se iban pagando en tiempo y forma.
 

Intelectuales no había, pero el puñado de ciudadanos curiosos tomaban café con "El País" sobre la mesa y escapaban algún fin de semana a Lisboa a conocer a un señor llamado Pessoa del que nadie había oído hablar.
 

Los jóvenes de la ciudad de aquel tiempo eran idénticos a los jóvenes de todas las ciudades y de todos los tiempos. Jóvenes como Alberto y Mario, que un día decidieron lanzar un semanario comarcal al que bautizaron como "Bierzo 7", al otro liaron a un puñado de imberbes periodistas en la aventura y a la semana se vinieron de Madrid con una caja grisácea que tenía una manzana mordida en la esquina, con la que transformaron el mundo del diseño editorial.
 

Aquella peripecia periodística de hace treinta años, nacida en una ciudad más bien sucia, tirando a fea, con problemas y un dinamismo un poco obtuso, ha muerto esta semana en una ciudad probablemente más limpia, bastante más agraciada, con los mismos problemas de entonces y una atonía que da pánico.  

Y me sabe mal que esta primera colaboración en este medio recién estrenado sea no sé si un obituario o una terrible metáfora.


El Día de León (5, junio, 2016)