sábado, 6 de septiembre de 2014

La mujer sin cuerpo

Esos seres fugados de aquella inquietante película
de Tod Browning, La parada de los monstruos

HACE unos días vi a la mujer sin cuerpo. Fue en una pequeña barraca en la que la cabeza flotante de una joven lloraba sus desgracias ante un pequeño auditorio. 

Un fenómeno que, convertido en acción escénica, rememora las viejas atracciones que viajaban de feria en feria asombrando al público con la exhibición de personajes estrafalarios o malformados. Esos seres fugados de aquella inquietante película de Tod Browning, La parada de los monstruos, de la que nació el fenómeno friki muchísimos años antes de que Kiko Rivera se hiciera "diyéi".

Me llevó esa mujer sin cuerpo a un viaje en el tiempo. A lo que entonces se llamaba el Real de la Feria, así, con mayúsculas monárquicas, en un Polígono de las Huertas recién urbanizado, todo calor inmisericorde y descampados arcillosos.

Fue el espacio festivo de la Encina en Ciudad del Puente durante años y a lo largo de la avenida principal levantaba sus tenderetes llamativamente pintados un gitano Melquiades, que excitaba la imaginación de los niños con aquellos anuncios prodigiosos: la mujer barbuda, la cabeza parlante, la mujer más gorda del mundo, las hermanas siamesas...

Por allí vendía Espirio chorizos, asados con energía solar antes de que existieran las placas fotovoltaicas. Pepe el barquillero movía la ruleta de la suerte cuando el juego era todavía ilegal en España y repartía obleas tan dulces como su sonrisa, que ha quedado ahora melancólicamente congelada en bronce en la Plaza del Ayuntamiento. Había un tenderete en el que una pareja de autómatas vestidos de maños pisaban uva, incansables, donde se bebía un vino quinado mojado con galleta que daba fuerzas para soportar el bullicio entremezclado de las canciones más horteras del verano.

Eran unas fiestas más humildes, más familiares, más modestas, en las que las mayores atracciones eran las verbenas, con mucho pasodoble y mucha cumbia; las carrozas, con aquellas figuras delicuescentes de la reina y las damas de honor saludando, altivas y tímidas a la vez, y los "fuérganos" disparados la víspera de la Encina para asombrar a los inocentes. Un año, quizá un par de ellos, desfilaron las majorettes de Mont de Marsan y los adolescentes ejercimos nuestra condición de enamoradizos y soñamos esa noche en francés.

A falta de mejores atracciones, la fiesta se la buscaba cada uno porque todo lo que sucedía aquellos días era extraordinario. Luego llegaron otros tiempos, aún no sabemos si mejores o peores, y los ayuntamientos empezaron a tirar de chequera, los intermediarios a engordar facturas, los artistas a poner sus cachés por las nubes y el pueblo a convertir la fiesta en consumo.

Y ahora, la mujer sin cuerpo ya no es una atracción ferial. Es un acto cultural.

Fronterizos. Diario de León (5, septiembre, 2014)

lunes, 1 de septiembre de 2014

¿Un tiempo lejano y superado?

Francisco Puente Falagán, primer alcalde republicano de Ponferrada

SON tres páginas mecanografiadas, fechadas el 20 de noviembre de 1934. Las firma el Inspector de Vigilancia Municipal de Ponferrada y se las envía al Teniente-Juez de la prisión que entonces funcionaba en la ciudad, actualmente sede de Museo del Bierzo. Se usa en ellas un lenguaje administrativo no exento de florituras propias de la burocracia de la época, con mucho “tengo el honor de manifestar” y mucha “Vuestra Señoría”.

El contenido estremece y huele a condena sin juicio previo, a un tiempo mezquino en el que el dedo acusador se amparaba en el más pútrido ejercicio del poder y en el que una arbitrariedad anónima te enviaba al paredón, te sentenciaba al ostracismo o te penalizaba de por vida. Es un documento que apesta a un tiempo oscuro. A un tiempo lejano y superado.

El firmante presenta un informe sobre la conducta de tres ciudadanos que parece obtenido después de evacuar consultar en las covachuelas de la ciudad, mitad cotilleo, mitad mezquindad. Menciona los antecedentes de los detenidos, seguramente a causa de los sucesos de octubre de 1934, que tajantemente “son de todo punto desfavorables”.

Del primero “se dice que fue expulsado hace unos años de la República Argentina y al llegar a España fue detenido en Cádiz por incitar al personal del barco a sublevarse durante la travesía; desde su llegada a esta ciudad, siempre ha exteriorizado ideales comunistas, que era su única ocupación ya que no se le conocen medios de vida”.

El segundo hace “vida licenciosa, viste bien y frecuenta durante las noches establecimientos de vida alegre haciendo gastos que están en absoluta desproporción con los ingresos que se le conocen, ya que dicho sujeto aunque es barbero es escasísima su clientela y trabaja tan solo algunas horas de los sábados”. También se le acusa de que “con frecuencia insulta a los serenos, haciendo en sus conversaciones constantes alardes de ideas abanzadas (sic)”.

El tercero “desde que reside en esta ciudad, hace muchos años, fue siempre jefe del Partido Socialista”. Un grupo, por cierto, plenamente legal en ese momento e incluso antes, durante la dictadura de Primo de Rivera. Pero, además, es “vago de profesión, pues nunca se le han conocido medios de vida ni dedicado a trabajo alguno, sino entregado constantemente a propagandas sediciosas entre el elemento obrero, incitándole a constantes huelgas y pregonando la destrucción de la Guardia Civil, sujeto de todo punto indeseable”.

Este vago e indeseable era Francisco Puente Falagán, primer alcalde republicano de Ponferrada, cuya renovadora gestión fue zancadilleada por sus propios socios republicanos.

Es un documento que apesta a un tiempo oscuro y cruel. ¿Un tiempo lejano y superado?

Fronterizos. Diario de León (22, agosto, 2104)