domingo, 26 de mayo de 2013

El estado de tus amigos


Tu amigo el actor se ha comprado
“Mi vida en el arte”, de Stanislavski,
en tapa dura y gramaje consistente
por si se encontrara a Montoro,
regalarle un sopapo con algo que pese
COMO el Estado de la Nación te viene grande, te has puesto a hacer una evaluación más cercana sobre el Estado de tus Amigos.

Tu amigo el actor echa cuentas de lo que lleva defraudado a Hacienda con los extras que gana poniendo copas los fines de semana en un garito inmundo. Con las propinas se ha comprado una edición de “Mi vida en el arte”, de Stanislavski, en tapa dura y gramaje consistente. Es por si se encontrara a Montoro, regalarle un sopapo con algo que pese.

Tu amigo el bancario está harto de que lo confundan con el banquero. El hombre, que ya no sabe cómo se llama la empresa para la que, de momento, trabaja, se ha puesto a leer a un poeta alemán que se llamaba Bertolt y decía que fundar un banco es mayor crimen que atracarlo.

Tu amigo el filólogo anda enfrascado en la observancia del extraño fenómeno ocurrido con el verbo “dimitir” (de la tercera, de libro), misteriosamente mudado a irregular. Tan irregular que ya apenas se usa.

Tu amigo el hostelero se ha apuntado a un curso de sonido, especialidad “microfonía oculta”. Dice que ahora no eres nadie en el sector si no garantizas en el comedor un buen servicio de grabaciones. Tiene un cocinero joven, de escuela, que está investigado sobre un plato de espumas en el que mezcla frecuencias heterodinas. Renovarse o morir.

Tu amigo el ultra centrista está indignado por el tono de protesta de la Gala de los Goya. Lógico: es exasperante que una actriz que lleva trabajando desde los 13 años tenga piso en propiedad, como si fuera una persona normal, y además haya hecho un anuncio de hipotecas. Cualquier día arremete el ultra centrista contra todos los medios que han publicitado productos financieros fraudulentos y nos quedamos mudos.

Tu amigo el ortodoxo está convencido de que República y Democracia son sinónimos. Has intentando explicarle, con escaso éxito, la diferencia mediante ejemplos prácticos sacados de la toponimia. La República Democrática Alemana o la República Popular Democrática de Corea, pongamos por caso, no son precisamente ejemplos democráticos, pese a su nominación republicana.

Curiosamente, el mismo amigo ortodoxo se ha mostrado contrario a la petición más razonable que se ha oído en el país desde el asesinato de Viriato: que el Rey abdique y sea el Príncipe de Asturias quien lidere una "segunda transición".

A veces te entra un temblor y piensas que tu amigo el ortodoxo se parece demasiado a tu amigo ultra centrista. Será porque pensabas que Cánovas y Sagasta habían muerto. Y parece que no.

Al acabar has pensando que no hay muchas diferencias entre el estado de la Nación y el de tus amigos. También que quizá no debieras tener tantos amigos. Eso, o dejar de utilizar el truco de los amigos como percha para tus columnas.

Fronterizos. Diario de León (22-2-13)

viernes, 24 de mayo de 2013

Las piruetas del tren


No se cerrarán estaciones, 
pero el tren no parará en ellas,
ha dicho una ministra...
NO hay ciudad sin tren. Se puede pasar sin aeropuerto. Lo del puerto es una mera circunstancia geográfica. Puede estar comunicada por autovía, autopista o por carretera nacional. Pero sin tren no existe ciudad que pueda llevar tal nombre. Y la nuestra ha sido una ciudad de trenes. Algo que ahora también se acaba.

Ciudad del Puente empezó a ser moderna cuando los raíles atravesaron el extrarradio, camino de La Coruña. Se levantó la estación lejos de las viviendas nobles para que no molestara el humo de las locomotoras a las señoras con apellido. Pero el prodigio ferroviario provocó que las calles empezaran a serpentear, entre huertos y pedregales, hacia aquel edificio en el que el animal de hierro vomitaba pasajeros mareados por el vértigo de la velocidad.

Luego llegó la explosión del carbón. Durante décadas, el silbido del vapor marcó el tiempo de los valles del Sil. Los jóvenes se sentaban en aquellos bancos de un vagón de tercera para protagonizar su propio western. Entre nubes de carbonilla eran capaces de atisbar en el horizonte las tribus indígenas que salían de las entrañas de la tierra.

Se acabaron los soñadores y el tren del norte se cerró a los pasajeros. Desde entonces es una vana promesa turística que se saca a pasear cada cuatro años. Sus locomotoras se encienden para la nostalgia. Las ponen a veces a hacer pis bien sujetas por su correa.

El otro, el tren del oeste, mediante el viejo truco de mantenerlo poco y cuidarlo menos, fue languideciendo. Salimos luego a la calle pidiendo uno más moderno y nos han entretenido desde entonces con vaguedades cada vez más vagas. Y cuando los pésimos horarios, los trazados decimonónicos y la indiferencia ya han conseguido el objetivo nos comunican, en una impresionante pirueta verbal ministerial, que “no se cerrarán estaciones, pero el tren no parará en ellas".

Magistral. Se aplica al tren de este lado del mundo la misma lógica de los aeropuertos construidos para solaz de los vecinos, no para su transporte. También aclara los planes para esta tierra condenada: se mantendrán las minas, pero sin mineros; se conservarán los polígonos industriales, pero sin industrias; no se cerrarán las bibliotecas, pero los libros habrá que llevarlos de casa.

En esa misma línea, las decisiones sobre el embarazo no las tomarán las embarazadas sino el obispo de guardia; las universidades formarán a nuestros jóvenes bajo la estricta vigilancia del Ministerio de Emigración y las operaciones quirúrgicas se efectuarán por sorteo ante notario.

En justa reciprocidad, en las próximas elecciones no eliminaremos las urnas, pero podríamos depositar en ellas nuestra opinión sobre todo esto primorosamente caligrafiada en papel higiénico. Sin usar, a ser posible.

Fronterizos. Diario de León (24-5-2013)

viernes, 17 de mayo de 2013

En manos de la literatura


Por aquí bien podría ganarse la vida
un detective como Germán Areta. 

Lástima que se nos haya muerto
Alfredo Landa.
LE asaltó una duda. Fue un asalto limpio, sin armas ni amenazas, pero suficiente para confundirlo. ¿De qué género literario podría ser Ciudad del Puente? Pensarán que es una cuestión estúpida pero un asalto es un asalto.

En principio, descartó la lírica. En ese campo existen en la Comarca Circular poblaciones más competentes. Difícilmente se podrían igualar los méritos de la Villafranca de nobles piedras, altos nombres, 
huertos secretos y siglos de pizarra, resumidos por Dámaso Alonso.

Frente a tanto adjetivo, poco puede hacer el machadiano “Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos… para marcharse”. Si acaso, algo podría aportar el pueblo a una letra más bukowskiana, con mucho taco, su pizca de sexo y su punto de alucinación etílica.

Esta es, sin duda, una ciudad de novela. Pero con esa conclusión no resolvió la duda. Novela satírica, folletinesca, costumbrista, picaresca. Tal vez de ciencia ficción. Por qué no gótica. O de caballerías.

Ciudad del Puente reúne condiciones para la novela negra, esa respuesta popular del realismo social al relato de misterio pequeño burgués. Con ella, los crímenes de la clase alta, investigados por el bien educado Poirot, dejaron paso a callejones lóbregos por los que deambulaban huelebraguetas llamados Sam o Philip, que bebían güisqui barato y tenían siempre una respuesta cortante con la que fascinar a las chicas malas.

Por aquí bien podría ganarse la vida un detective como Germán Areta, ideal para investigar la desaparición de materiales en la placa ferroviaria. Al fin y al cabo, Areta conoce bien la zona: en uno de sus casos rastreó la desaparición de la hija de un ferretero de por aquí. Lástima que se nos haya muerto Alfredo Landa.

O Julián Fierro, que me da a mi que es oriundo de la parte de la montaña de León, aunque Noemí Sabugal no aporta muchos datos en la aventura que este policía taciturno protagoniza en el Madrid pre-bélico de “Al acecho”. Bien podría Fierro investigar las relaciones entre Victorino y el ministro Soria. Aunque de momento no hay cadáveres, no se descartan en un próximo futuro.

También podría ser el paraíso de la novela esotérica, con alguna trama detectivesca en la que salgan templarios a la caza del cuerno del alicor que anda buscando Iker Jiménez por el Valle del Silencio. Bien pudiera el periodista Emilio Ruiz de “La Biblia bastarda” (otro que juraría que desciende de algún pueblo del valle del Sil), la novela de los hermanos Tascón, encabezar una historia sobre el secreto, sin duda telúrico, que hace desaparecer los trenes entre León y Galicia.

Se quedó finalmente con las mismas dudas, aunque también con una certeza: el destino de Ciudad del Puente está en manos de la literatura. Le entró entonces una repentina tiritona.

Fronterizos. Diario de León (17-mayo 2013)

viernes, 10 de mayo de 2013

Marx en Ciudad del Puente


Carlos Marx aprovechó su visita 
a Ciudad del Puente para cortarse el pelo
Foto: http://cadizanticapitalista.blogspot.com.es
EN los territorios de la melancolía pasan cosas inexplicables. Fenómenos propios de los lugares donde la incertidumbre sobre el futuro aguza los encuentros con el pasado. Sin ir más lejos, el otro día me di de bruces con Carlos Marx, que estaba contemplando una de las chimeneas de ladrillo que aún se conservan en Ciudad del Puente.

Quedan pocas –le dije–. Parece que la ciudad ha querido ir borrando las pruebas del crimen cometido con su actividad industrial.

A decir verdad, tardé en reconocerlo. Confieso que se me parecía mucho a un histórico de la interpretación en este lado del Manzanal llamado Javier Vecino. Ni rastro de bigote, barba o aquella melena leonina de la iconografía tradicional. Pero era él, sin duda. Vestía levita y una corbata de lazo que parecían sustraídas de la guardarropía de una compañía teatral venida a menos. Todo muy pasado de moda. O tal vez no: lo vintage hace furor con la crisis.

Me han dado permiso “los de arriba”, subrayó, enigmático, señalando vagamente hacia el cielo nublado. Pasé ganas de preguntarle por el cielo de los ateos pero se había quedado observando una manifestación contra la reforma educativa. “Estudiantes del mundo, uníos”, masculló entre dientes.

Me pidió fuego. Aproveché entonces para decirle que Paul Lafargue afirmaba que con los derechos de El capital, su suegro no pagaría siquiera el tabaco que fumó mientras lo escribía. Creo que llegó a sonreír mientras encendía su pipa.

Caminamos. Paseamos entre hombres que lo habían perdido todo y acumulaban sus escasas pertenencias en el hueco de un cajero. Vimos a una mujer pidiendo un trozo de queso en la puerta de un supermercado. Contamos juntos los comercios cerrados y las naves industriales desvencijadas. Nos cruzamos con un minero que llevaba cinco meses sin cobrar su salario.

Me atreví a titubear algo sobre la alienación y la injusticia de la acumulación de riqueza por una minoría pero me cortó, tajante: “No se equivoque. Yo soy Carlos Marx, pero yo no soy marxista”. Supuse que eso era dialéctica.

Lo acompañé hasta el Bergidum. Recuerdo sus últimas frases: “No hablemos más del capitalismo, del socialismo. Hablemos solo de utilizar la increíble riqueza de la tierra a favor de los seres humanos. Demos al pueblo lo que necesita: comida, medicinas, aire puro, agua, árboles, casas agradables, más horas de ocio. No hay que preguntar quién lo merece. Todo ser humano lo merece”.

Nos despedimos a la puerta del teatro. En el escenario estuvo conferenciando. No sé si entre la  audiencia había algún marxista. Yo me quedé un buen rato pensando en las cosas raras que suceden en las ciudades abatidas. También en el curioso parecido entre Marx y un actor de aquí que se llama Javier Vecino.

Fronterizos. Diario de León (10-5-2013)